En el
templo hay una imagen barroca de Francisco de Borja. El vuelo y la complejidad
del ropaje, el gesto de una mano que sostiene la calavera y un rostro sereno
hablan. Recoge Eco (“De la estupidez a la locura”, 2016) la reflexión de
Bettetini sobre las imágenes y la iconoclasia. Apunta, con San Bernardo, que
tanta belleza de manos del artista pudiera hacer olvidar la de Aquel que sería
Origen. La memoria del jesuita, que se desembarazara de los negocios y la pompa
de la corte del emperador Carlos, llega con un cráneo en su mano, una mirada
consciente y una palabra que no dice pero sugiere: “No he de servir a Señor
alguno que se pueda morir”. La imagen es un recuerdo… pero un abogado amigo, de
vez en cuando, añade flores a su altar. Y cada tres de octubre, en modo quizás
excesivamente ritual, una oración nos convoca en torno a su nombre.
Es una imagen bellisima...hiperrealista...es una joya del patrimonio escultórico en Canarias... Manifiesta la humanidad sublime de un seguidor de Jesús...
Es una imagen bellisima...hiperrealista...es una joya del patrimonio escultórico en Canarias...
ResponderEliminarManifiesta la humanidad sublime de un seguidor de Jesús...