La vida
de cada persona es una vida modular (Bauman, “En busca de la política”, 1999).
De ese modo navegamos con eficiencia en un mundo de agrupaciones débiles. Nos
unimos y nos separamos “ad hoc”. La propia familia deja de ser un lugar de
pertenencia para convertirse, paulatinamente, en espacio fluido para entrar y
salir. Se acabaron las coerciones que nos mantenían unidos por un poder de
control internalizado o puramente externo. Asegura Bauman que se trata del
“producto más notable de la sociedad moderna”. Sin embargo, todos estos
atributos tienen una contrapartida: nunca nos sentimos en casa y siempre se nos
somete a una triple condena: “la incertidumbre, la inseguridad y la
desprotección”. No es extraño que la promesa de una patria o una tribu con
significado esté en la raíz de todo fundamentalismo.
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