La
presión hacia lo nuevo, hija de la modernidad y denunciada por Adorno, presenta
el dilema de correr cada vez más (Byung-Chul Han) o, sencillamente, quedar
obsoleto (Bauman). Para Armstrong (“Los orígenes”, 2010), al-Qutb “puede
considerarse el iniciador del fundamentalismo sunní”. Vive un periodo de
entusiasmo por Occidente, pero la política colonial y el apoyo al sionismo lo
desilusiona. Su paso por la prisión egipcia, le lleva a emplear toda su
capacidad argumentativa en montar una ideología islámica capaz de combatir en
su mismo terreno al marxismo, el capitalismo, el laicismo o el liberalismo.
Hace del mito islámico un logos revolucionario: se enfrenta a la ciudad laica y
retorna al sentido religioso de la sociedad. Su llamamiento a la lucha,
tergiversa al Profeta desde la convicción profunda de la amenaza de la
extinción. Nasser lo hace ejecutar en 1966.
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