Nuestro
sistema nos hace introyectar la autoexplotación como autoperfeccionamiento
(Byung-Chul). Creemos crecer cuando solo nos acomodamos al tamaño en el que el
modelo nos necesita. Si no nos adecuamos, se nos expulsa. En términos
temporales, quedamos obsoletos. Por eso, la cualidad más apreciada es la que permite romper el compromiso
(Bauman). Eso es libertad: la reactividad automática e inmanente frente a la
propia caducidad. Kierkegaard apunta a la posibilidad. Mira hacia adelante con
sobrecogimiento. Evita el regateo siempre posible ante lo real cambiante y
finito. Propone un aprendizaje, una educación, desde la posibilidad trascedente
y la angustia de estar ante lo innegociable. La posibilidad y su angustia no
son la consecuencia de la finitud (caducidad) sino de la trascendencia. La
respuesta no es el acomodamiento en la finitud, sino la fe.
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