Presenta el evangelista Marcos una escena sorprendente:
una mujer, extranjera para más inri, enmienda la plana al Señor del
cristianismo. Él asegura que su misión se circunscribe al pueblo de Israel; ella
llama la atención con una metáfora humilde (perros que comen de lo que cae de
la mesa de sus amos) sobre la necesidad de una atención más amplia. Una de las
señas del cristianismo será su catolicidad, es decir, su universalidad: todos
los pueblos, todas las gentes, todas las razas, hombres y mujeres, ricos y
pobres. La universalidad del cristianismo no proviene de la herencia de los
patriarcas; ya está apuntada en algunas interpretaciones de los profetas; pero
se hace narración en esta mujer sirofenicia que corrige al que Juan
denominará el “Logos”. El feminismo tiene en la teología un arma cargada de
futuro. Ella, extranjera, cambia el relato.
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