Para Habermas, la razón estratégica invade el mundo de la vida (Goñi,
“Las narices de los filósofos”, 2008). El sistema cosifica a las personas y
deteriora su comunicación, que solo es si es voluntad de darse a entender. La razón es razón comunicativa y, para
Habermas, su potencia se da al generar esa red que trasciende mi propia
percepción hacia la intersubjetividad. Se aleja del pensamiento débil que culpa
a la razón del mal del siglo. Tampoco sonríe a los neopositivistas que reducen
el conocimiento al interés técnico. Apuesta, como lo hace Apel, por una ética
de consensos –del lenguaje, de la comunicación-, con contenidos minimalistas:
los derechos humanos. No hay ingenuidad en Habermas, sabe bien que la razón se
extravía y que la lengua miente. Añoro, sin embargo, lo que es de suyo aunque
necesitemos palabras para expresar lo que da de sí.
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