“No serviré más a un señor que se me puede morir”, se atribuye a Borja
al contemplar el cadáver de la emperatriz Isabel. No es alarde de ego. También
el “yo” muere. Ni espiritualismo, porque tiene una tarea en esta historia.
Apuesta por el Otro. A duras penas, solo una parte de la teología consigue
oponerse al giro copernicano que hace del pensamiento antropología. Kant
formula así: “Qué podemos conocer. Qué debemos hacer. Qué nos cabe esperar. En
resumen, qué es el hombre”. Al observar la entrada en Jerusalén de aquel
nazareno, sobre un pollino –referencia davídica-, podemos imaginar un
cristianismo que no formula su pensar desde la pura antropología. Levinas –de
tradición judía- también lo apunta: pensar es reconocer la otredad. También con
mayúscula: en su diferencia y en su misterio. Ahí solo cabe la responsabilidad.
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